Cuando
estaba embarazada de mi primer hijo, planeaba darle el pecho por lo menos hasta
los seis meses como recomienda la OMS (Organización Mundial de la Salud). En
las clases maternales consolidé el plan con la gran afirmación que las matronas
repetían hasta la saciedad: “Todas las madres pueden dar el pecho”, que venía a
significar algo así como que si no le daba el pecho a mi bebé era porque yo no
quería. Y toda la información que busqué en Internet sobre el tema no hacía más
que reafirmar la cuestión.
Y así
fueron pasando los días preparto, empapándome de conocimientos sobre la
lactancia que luego aplicaría llegado el momento. He de reconocer que me obsesioné un poco con el tema, yo quería
dar el pecho sí o sí. Además, todas las amigas que habían tenido hijos
recientemente pudieron hacerlo, estaba más que segura de que yo también podría.
Llegado
el día, con mi hijo recién nacido en la sala de postparto, coloqué su cuerpo
frente a mi pecho para que mamara por primera vez. Ese, y el momento en que yo
misma saqué al niño de mi útero, fueron los más especiales y emocionantes que
había vivido hasta entonces. El caso es que el niño parecía succionar sin
problema los famosos calostros, suficientes para amamantar a un niño en sus
primeras horas de vida. Y yo estaba loca de contenta.
Pero las
horas fueron pasando y el niño no terminaba de alimentarse bien por más que
succionaba. Y yo seguía intentándolo, atendiendo a los consejos de todo ser que
pasaba por la habitación del hospital. “Que si al principio es normal porque el
niño tiene que ‘llamar a la leche’ con cada succión; que las pezoneras podían
ayudar; que si esta postura era mejor que la otra; que si la leche tarda en
subir…” El caso es que el niño estaba inquieto, lloraba más de la cuenta y se
quedaba con hambre.
La situación se volvió bastante estresante y
más para unos padres primerizos como nosotros. Pero yo, que andaba un poco
obsesionada con el tema, insistía en querer darle el pecho.
Ya en
casa, la leche aún no me había subido ni a las 48 ni a las 72 horas como mandan
los cánones. Quería agotar todas las posibilidades y seguimos el consejo de una
enfermera en el hospital: con una jeringa me ponía gotas de leche en el pezón
para ‘engañar’ al niño y que éste succionara intentando sacar más. ¡Pero no
salía! Entonces llegó el famoso torturador de pechos: el sacaleches. Quería
comprobar si era problema del niño, que no succionaba con fuerza, o es que no
salía suficiente leche. Y era más bien lo segundo, entre los dos pechos apenas saqué
20 milímetros de un biberón. Pero yo seguía estimulándolos, que por mí no
quedara. Hasta había seguido las tres reglas de oro repetidas en las clases
preparto hasta la saciedad:
- Poner al niño al pecho lo antes posible.
- Darle de mamar siempre que lo pida, es decir, haciendo caso a sus demandas de hambre o de saciedad, sin atenerse a horarios rígidos o a esquemas preestablecidos.
- No darle líquidos distintos a la leche materna.
¿Cómo
no iba a poder dar el pecho a mi hijo, si hasta las madres más desnutridas
pueden hacerlo? Pues bien, después de varias semanas de auténtica tortura,
decidí darle un biberón. El niño se quedó saciado y durmió como un bendito, y
yo quedé bastante decepcionada con la idea ‘idealizada’ que me había hecho de
la lactancia materna. Terminé optando por la leche de fórmula y mi hijo creció
sano y sin ningún tipo de problema. Desde luego, no me quedó ningún sentimiento
de culpa, pues lo intenté de todas las maneras posibles. Pero la leche no
terminó de subir. Ahora estoy en condiciones de afirmar que no todas las madres
podemos amamantar a los hijos. No es un mito.
Y tras
el nacimiento de las mellizas no quise ni hablar del tema lactancia. Opté por
la alimentación artificial desde el minuto uno, sin ningún tipo de recargo y
sin sentirme una mala madre por ello. Fue una elección personal basada en la
experiencia y ya con los conocimientos necesarios al saber que mis hijas
crecerían igualmente.
No dar
el pecho a un bebé no significa que lo quieras menos, ni que lo tengas desatendido,
ni que vaya a estar menos sano, ni que vaya a coger menos peso, ni que el
vínculo materno sea menor. Gracias al biberón sé cuánto comen, duermen
tranquilas y sé que tienen el alimento necesario.
Con
esto no quiero decir que la leche materna no sea la mejor opción. Opino que sí,
que es lo más natural y me alegro por todas las mujeres que hayan decidido
amantar y puedan hacerlo. Pero si alguna estáis en la situación contraria, no
os sentáis culpables de no poder dar el pecho a vuestro hijo, las latas también
son una buena opción y somos libres de poder elegir.
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