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Esas pequeñas intrusas recién llegadas

Alfonso y yo, semanas antes de dar a luz
Este puede que sea uno de los post más personales que voy a compartir. Pero me consta que lo que voy a contar también les ha pasado a otras madres con la llegada del segundo hijo.

Alfonso ha sido hijo único hasta los cuatro años. Cuando ingresé en el hospital para dar a luz a las mellizas, estaba más preocupada por cómo estaría él que por lo que estaba a punto de pasar. Por lo general sabía que estaba bien, lo dejé con la familia y él siempre se siente súper a gusto, pero me refiero a qué sentiría él sabiendo que su mamá estaba en el hospital y cómo viviría el nacimiento de sus hermanas, cómo se imaginaría que sería todo.

Horas después de nacer las mellizas, Alfonso vino a verlas. Entró a la habitación, se acercó a las cunas, las miró y enseguida se puso a jugar con su padre. Él sólo vio a dos niñas recién nacidas, dormidas  y con poco juego que dar. Su reacción fue totalmente normal para un niño de su edad.


Cuando llegamos a casa, me sentía un poco extraña. De la noche a la mañana, había pasado de ser madre de hijo único a madre numerosa, y aunque había intentado concienciarme durante el embarazo, surgieron de repente sentimientos encontrados: estaba muy contenta con mis dos niñas pero echaba de menos mi familia de tres. Alfonso seguía siendo el niño de mis ojos y las mellizas parecían ser unas pequeñas intrusas recién llegadas que  me impedían dedicarme a mi hijo todo lo que quisiera.

A priori puede parecer una actitud egoísta. Pero es que hasta ese momento, mi móvil estaba repleto de fotos de Alfonso y al mirarlas no podía evitar echar de menos esa situación en la que era él y nadie más. Ya no podría entregarme por completo al que hasta ahora había sido mi gran amor, y tampoco podría tener una completa unión con las niñas que dejaran al mayor a un lado. Tenía miedo por no llegar a quererlas tanto como a él y por no poder atender a los tres como se merecían.

Vaya por delante que el nacimiento de las mellizas fue una gran alegría para mí, vinieron sanas, con buen peso y a los dos días nos dieron el alta. Pero no fueron amores a primera vista ni mucho menos. Para empezar, la vida me cambió repentinamente, el trabajo en casa se desbordó y al principio sólo tenía tiempo para atender las necesidades básicas de cualquier bebé pero multiplicadas por dos, no cogíamos la rutina ni queriendo y las noches no eran para dormir. Además, el poco tiempo libre que me quedaba era para Alfonso, que también me reclamaba.

A todo esto, sumando los llantos por los cólicos del lactante y mi flagrante cansancio, me faltaban horas para intimar con las niñas, para conocerlas y fortalecer ese vínculo materno. Y yo me sentía cada vez más culpable por no dedicarles tantos mimos y arrumacos como en su momento hice con mi primer hijo.

Desde luego que la llegada del segundo hijo, aunque sea planificado, nunca será como la del primero. Sí, tienes más experiencia y menos miedos sobre cómo tratarlo, pero también tienes menos tiempo para dedicarle. Y reconozco que, en mi caso, sufrí ese sentimiento de culpabilidad y angustia porque no llegaba a entregarme a las mellizas plenamente.

Por supuesto, que ese sentimiento es pasajero y para nada significa que las quiera menos. Si alguna os encontráis en esta etapa, que sepáis que la situación estresante del principio se normaliza, los temores desaparecen y el amor de una madre se multiplica a partes iguales por tantos hijos tenga.

Yo he hecho triplete y estoy orgullosa de ello. Alfonso, Claudia y María son el motor de mi vida. Y estoy en condiciones de afirmar que se amará al segundo hijo como al primero y lo mismo pasará con el tercero, el cuarto, etc.

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