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Cuando ovulas a pares y no lo sabes

Ecografía de 4 semanas, aproximadamente
Son las 22:55 horas de la noche cuando comienzo a escribir este post. La casa goza de paz y tranquilidad. Aquí estamos, yo, el ordenador y los ojos de Claudia, tan redondos y abiertos que nada hace presagiar que vaya a dormirse de un momento a otro. Me ha salido nocturna. Creo que es la única de la familia que no se duerme en una función de palos. No puede ser más diferente de María, su hermana.

Cuando las miro, todavía me sorprendo de que haya podido tener mellizas. Es del tipo de cosas que una siempre cree que sólo le pasan a los demás, como cuando ves en la tele a la gente celebrando el gordo de la lotería de Navidad y te quedas con esa cara de desilusión total, buscando en la pedrea algún euro que recuperar de los cientos que te has gastado.


Así es el azar. Resulta que cuando que mi marido y yo decidimos concebir un hermano o hermana para Alfonso, tenía yo dos óvulos dispuestos a ser fecundados, y estos se mostraron bastante receptivos. ¿Puede pillarte el cuerpo más a traición? Esas cosas se avisan.

Y es que reitero: yo nunca me había planteado la posibilidad de tener un embarazo múltiple. La herencia genética era muy lejana, ya que, al parecer, la forma en la que se hereda esta característica de ovulación múltiple es de madre a hija, o un hijo puede heredarlo de su madre y transmitirlo a su vez a su hija. Y ninguno de estos era mi caso. Tampoco reunía otras características específicas que aumentan la probabilidad de tener mellizos.

Lo cierto es que me tocó. Aún recuerdo cuando acudimos a la primera ecografía, estando aún de muy pocas semanas. La doctora comenzó a decir que veía dos puntitos. Pasó el ecógrafo una y otra vez por mi barriga y dijo, efectivamente, vienen dos. Mi reacción fue también inesperada. Me entró una risa nerviosa que no podía reprimir mientras le decía  ¿Estás de coña, no?. Pues no.

¡La que hemos liado! pensamos. Esa misma noche, todavía me acuerdo de la situación: mi marido y yo acostados en la cama, mirando al techo y en el silencio más absoluto. Yo no estoy preocupada, decía. No, ni yo tampoco, confirmaba mi marido. Y otra vez el silencio. Fue lo único que hablamos. Creo que los dos estábamos haciendo un repaso mental de todo lo íbamos a necesitar para la llegada de los bebés.

Con el paso del tiempo, y mientras nos hacíamos el cuerpo, nos fuimos ilusionando con la idea de formar una familia numerosa. Sorpresa, ilusión, incertidumbre y cierto miedo por la nueva situación que se avecinaba, fueron nuestros compañeros durante el embarazo. (De cómo transcurrió, hablaré en otro post).

Ahora mis princesas tienen seis meses y día a día nos seguimos adaptando, porque no dejan de surgir nuevas situaciones. Y hay un cosa clara: lo que antes hacíamos por rutina y casi sin darnos cuenta, se complica el doble cuando tienes que hacerlo con tres niños menores de 4 años.

Y sí, la casa a veces es una locura, hay trabajo para aburrir y todo aquel que entra por la puerta pilla algo que hacer. Pero al final de todo, cuando echo un vistazo a mi alrededor, me doy cuenta que este trabajo tiene la mejor recompensa del mundo.

Comentarios

  1. Hola Mar, La vida en sí es sorprendente.
    Desde mi visión de abuelo de mellizos, puedo decirte que un Hijo es una bendición, dos, son una bendición doble.
    Y si lo dudas pregunta a los abuelos, veras que son felices por ración doble.
    ¡Enhorabuena!
    Que los críes con mucha salud.

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  2. Gracias Paco. La verdad es que estamos súper felices con la familia que hemos formado, ¡y los abuelos ya ni te cuento!. Dan mucho trabajo pero, sin duda, son lo mejor que me ha podido pasar.

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